El minimalismo surge a finales de la década de los 60 en Nueva York, muy influido por las ideas del arquitecto alemán Mies Van Der Rohe, cuya frase “menos es más” retrata fielmente las características de este movimiento que abarca tanto la arquitectura e interiorismo como el vestuario y mobiliario, es decir el hábitat. Es un estilo que difícilmente pasará de moda gracias a su sencillez y que en función de nuestro estado de ánimo o circunstancias, podemos adaptar a nuestro día a día.
Escasos elementos, colores neutros, elementos funcionales con poca decoración. Es un estilo al que equivocadamente se tilda de frío, ya que esta inicial frialdad se puede contrarrestar con la adición de textura, pequeños detalles de color o piezas decorativas interesantes, además de un uso eficiente de la luz que hagan que nuestro hábitat sea acogedor, funcional y relajante.
Hace más o menos un año publicamos una entrada titulada ligeros de equipaje en la que reflexionábamos sobre la acumulación de objetos y experiencias que la edad nos proporcionaba, y sobre cómo eran de buenos o malos para nuestro estilo de vida, y os animábamos a reflexionar sobre la simplificación de nuestra vida. Una simplificación que en más de una ocasión se hace inevitable. Por cuestiones de salud, económicas o sociales, no son pocas las personas que llegadas a una determinada edad deben cambiar su entorno.
Disponer de un espacio adaptado a nuestras condiciones físicas implica muchas veces simplificar y renunciar. Abrir cajones y decidir de que prescindir puede ser una tarea ardua, agobiante y emocionalmente dura. La promesa de una vida más armónica, sencilla y relajada que nos ofrecen los principios del minimalismo pueden animarnos a poner en marcha la maquinaria.
